La cocina de mi país siempre fue
tan pintoresca como las mezclas de quienes esta tierra habitan. Nuestros platos
no solo fueron ricos sino nutritivos, las sardinas a la vinagreta son un
ejemplo.
Las madres de todo el mundo
quieren ofrecer a sus hijos alimentos sabrosos y que al mismo tiempo les sustenten
adecuadamente y en mi caso no fue la excepción. Mi mamá siempre veló por darnos
variedad aún en tiempos de restricción, y se ocupó de considerar los gustos de
cada una de nosotras para que comiéramos con gusto.
Siempre fui amante de los sabores
ácidos, las preparaciones a la vinagreta eran mis favoritas. Cada vez que había
algo de ese tipo, las visitas a la nevera eran más frecuentes de lo normal, al
punto que se convertía en asunto de importancia la regulación para el consumo de estos
alimentos.
A la primera visita no había
problema, pero cuando coincidía por segunda o tercera vez en la nevera con alguien
más de la familia, solo se escuchaba:
_Quítenle eso a esa muchacha, que
no va a quedar para los demás!
Podía tratarse de pepitonas,
encurtidos, aceitunas, berenjenas, pimentones o las célebres, humildes pero
nobles y exquisitas sardinas; la compañía perfecta para mi rodaja de pan
campesino de la tarde, mi galleta de soda o mi arepa. Y finalizado el pan…Oops,
si no me quitaban el frasco, me las comía todas…